Yo también crecí con el pensamiento social ‘si estudiaste algo, solo puedes trabajar en eso’, ‘si empezaste a trabajar en algo, tienes que seguir esa línea para toda la vida’. Obvio, ¿qué vas a hacer con todo lo aprendido si cambias de rumbo? ‘Se bota por el tacho’, dicen. Pero yo creo que no, que no tenemos que hacer lo mismo toda la vida y que lo que aprendemos en cada etapa nos acompaña para siempre.
En 2017, cuando se terminó mi año sabático y tenía que reinsertarme en el mercado laboral, yo sabía por dentro que no quería volver, que ya no quería hacer lo mismo, que ya no quería volver al mismo ambiente ni ser la misma de antes. Estaba súper confundida porque ‘se suponía que lo tenía que hacer por siempre y no debía estar sintiendo eso’. Pero ¿quién diablos se había inventado eso?
En ese tiempo, sentía que iba a traicionar a todo lo aprendido, a todos mis maestros de cada trabajo en el que estuve, a mi universidad, a mis jefes, a los que trabajaron conmigo, a todo. Pero decidí seguir mi instinto y comencé a enseñar español contra toda vergüenza y estereotipo social que pudiese perturbar mi cabeza, porque enseñar me comenzaba a hacer sentir llena, feliz, sentía que acababa de salir de una relación larga y que volvía a empezar pero no desde cero sino con la sabiduría de los 7 años que trabajé en el mundo corporativo.
En mi entorno nuevo de Valencia, sentía tanta libertad de contar lo que hacía (que enseñaba español) a la gente que había conocido, que no me conocía de mucho, no sabían qué había hecho antes, a los que también veía probando cosas nuevas, pero tenía un pavor enorme de contárselo a mis amigos, conocidos y familia de Perú. Sentía vergüenza, sentía que me juzgarían y que tal vez tendrían razón así que prefería evitarlo y no contarlo, estoy segura de que pensaba todo eso porque yo misma me juzgaba, por mis propios prejuicios. Por mucho tiempo solo compartí lo nuevo que hacía con la gente más cercana, era como un poco ‘mi secreto’ y me costó muchísimo decidir contarlo luego en un post en este blog.
Pero poco a poco, mientras avanzaba en mi nueva etapa de enseñar español y de no pertenecer a una empresa con una jerarquía ni reglas, y de ver cómo el mundo se ponía a mis pies con un abanico enorme de opciones de cosas para explorar, me iba dando cuenta de lo correcto que era todo, del camino tan cierto que estaba siguiendo, de lo feliz que me hacía, de lo renovada que estaba, entonces lo entendí todo: ‘no he nacido para hacer lo mismo toda la vida’.
Somos seres humanos, no nos tiene que gustar lo mismo durante 30 años o más, constantemente cambiamos, evolucionamos, conocemos cosas nuevas, aprendemos, descubrimos más el mundo y todo eso cambia nuestra personalidad, perspectiva de la vida y objetivos, y no tenemos por qué sentir que estamos traicionando a la vida por sentirlo, por querer dejar eso atrás y cambiar de rumbo. Si siguen haciendo lo mismo por muchos años y son felices, genial, pero no esperen tener resultados muy distintos. El tiempo es corto y hay que tomar las decisiones lo más rápido que podamos.
Es importante ver cada trabajo, cada puesto, cada empresa, como etapas de nuestras vidas, con un comienzo y un final, etapas en las que aprendimos y crecimos, es importante agradecer a cada etapa y cerrarlas cortando ‘por lo sano’. No tenemos que esperar a quemarnos, a que se termine ese contrato, a que nos despidan, a que nos inviten a tomar vacaciones porque ya no tenemos motivación, a jubilarnos, tenemos que tomar la decisión nosotros como dueños de nuestras vidas que somos. Y no, no habremos perdido el tiempo haciendo algo que estamos dejando y no estaríamos empezando desde cero en algo nuevo, solo nos mudaríamos de rumbo con una mochila llena de conocimientos para comenzar algo nuevo y tal vez diferente, en lo cual seremos principiantes por un tiempo pero será algo que nos apasiona y llena, por consecuencia nos hará felices.
¿Y qué es la felicidad? Nadie lo sabe, hasta el momento esta palabra no tiene una definición que convenza, pero lo que sí nadie puede quitar es que la felicidad se siente, y se siente cuando hacemos cosas que nos apasionan, por las que tenemos curiosidad, a las que queremos explorar y en las que queremos trabajar. No nos privemos de eso, hagámoslo sin miedo, o con miedo.
Como ya dije, hay que tratar cada experiencia como una relación de pareja, mirémoslo como que ‘mientras duró fue bonito’ pero que cuando ya no va más hay que cortarlo por nuestra salud y por nuestra felicidad. Y eso no es un fracaso, es parte de la vida y lo que se aprende es valiosísimo para continuar, en mi caso estoy segura de que todo que he aprendido en la vida corporativa me ha ayudado en cada parte de mi nuevo trabajo y gracias a todo ese conocimiento es que pude lograrlo. Dejemos de seguir a la manada, de pensar en el qué dirán, de esperar a que la vida pase.
Normalicemos el reinventarnos, probar y cambiar de rumbo cuantas veces queramos, así haremos que muchos cierren con paz mental etapas en las que ya no quieren seguir y puedan empezar otras. Normalicemos que la abogada se vuelva programadora web, que el psicólogo se vuelva editor de videos, que el marketero se vuelva escritor, que la gerenta se vuelva blogger de viajes, que el contador se vuelva diseñador gráfico, que la que ve seguros ahora lo haga online en otro sector, que la ingeniera se vuelva profesora de español (cof, cof), y así lo que sea, lo que se le dé la gana a cada uno.
Estamos 2020, el mundo está lleno de oportunidades y opciones, perdamos el miedo a probar algo nuevo y pongamos nuestra felicidad primero.
¿Tú también piensas que no tenemos que hacer lo mismo toda la vida y que nos merecemos probar más del mundo sin miedo?
(¡Gracias por leer! Si te gustó puedes dejarme un comentario, ¡contaré más en otros posts!)